El ojo de Átropos by Víctor Conde

El ojo de Átropos by Víctor Conde

autor:Víctor Conde [Conde, Víctor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2023-04-05T00:00:00+00:00


La Naglfar atravesó como una bala lenta el sudario de gases que bañaba ambos planetas, hasta estar suficientemente lejos como para disfrutar de una panorámica de aquel dantesco cuadro. El crucero se situó a su lado, aunque apenas hubo comunicación. Sus tripulantes estaban patidifusos echando un vistazo por las pantallas a lo que ocurría fuera.

Gracias a que los telescopios estaban asociados a un sistema computacional inteligente, que interpretaba lo que veía en distintas longitudes de onda para que los humanos apreciaran el cuadro en su conjunto, Minh, Sarazin y los demás pudieron comprender la escala de lo que estaba sucediendo en el exterior. Y más de uno deseó no haberlo hecho.

Una mancha ensombrecía el espacio. No podía definirse de otro modo, salvo en términos de colores y distorsiones, porque más que una nube o un amasijo de energía lo que estaban viendo era una ausencia: un agujero orgánico móvil que lograba que el «espacio» pareciera materia, y el Solitón lo que esa materia dejaba tras de sí cuando algo la absorbía. El área que abarcaba desaparecía en la distancia como si no hubiera sistemas numéricos capaces de comprenderla. Se expandía a una velocidad endiablada, apreciable a ojos vista incluso a esa distancia… lo que sugería cifras de expansión improbables, muy cercanas a c. Incluso más rápidas que la vieja frontera de la luz.

Lo que los dejó con la boca abierta, y dejaría así a miles de millones de seres humanos que pudiesen verlo en décadas posteriores a través de las grabaciones, fue lo que pasó cuando esa mancha, ese agujero en la realidad, tocó Mercurio. El planeta se sumergió en él como en una piscina, y el cabello de gases que lo enlazaba con Venus explotó hacia afuera. Salió repelido como arena soplada por un niño. El planeta grande también perdió su atmósfera, que se quedó formando un peine de púas de un millón de kilómetros de espesor. Pero Mercurio no permaneció estático: su circunferencia fluctuó y millones de destellos azules cubrieron su faz, parpadeando como el rayo de sol que encuentra el espejo líquido de una ola.

Venus se separó de su compañero como un amante despechado, y el pequeño Mercurio frenó su avance, atrapado dentro de ese vacío cuántico, del Solitón Kurtzman-Heller, que ya no era un fenómeno aislado sino una condición física de ese punto exacto del universo.

La capitana miró a los científicos con la misma cara de perplejidad que debió poner cuando nació, y sus ojitos de bebé fueron heridos por primera vez por la luz del mundo. Ninguno dijo nada durante un rato.

No podían quitarse de la cabeza que allá abajo, en alguna parte, se había quedado su compañera Kate Jordan. Ni que podría seguir viva, por espeluznante que fuera la idea.



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